lunes, 1 de agosto de 2011

The Truman Show - Pleasantville


Bienvenidos a VE-HACHE-ESE, la sección de ECHALE CACARO donde recordamos esas películas añejas que por más que envejecen, nunca dejan de gustarnos.

Esta vez nos iremos a un pasado no muy lejano. Viajaremos al mágico año de 1998. Era una época sin igual: El nuevo milenio estaba a la vuelta de la esquina, la música pop seguía siendo 100% fresa, las torres gemelas se alzaban majestuosas en Nueva York y en México, el PRI seguía acumulando décadas ininterrumpidas en la silla presidencial. En aquel año del Señor, se estrenaron dos películas en particular que parecen definir el sentimiento de fin de siglo hacia la cultura popular gringa. (y por extensión, de todos los que hemos crecido consumiendo esa cultura)

EL SHOW DE TRUMAN y PLEASANTVILLE son dos películas que parecen haberse puesto de acuerdo. En la primera, Jim Carrey ha pasado toda su vida atrapado en un pueblo artificial que en realidad es un enorme set de televisión con actores que fingen ser amigos, familiares y vecinos. En la segunda, Reese Witherspoon y Tobey Maguire son magicamente transportados a una serie de televisión de los años cincuenta donde todos son gente bonita y feliz... y donde el mundo entero está en blanco y negro.

La premisa es la misma. El mensaje también: El ideal de la vida perfecta que vemos en los medios es diametralmente opuesta a la vida real. Parece que el fin de siglo estaba llevando a la maquinota hollywoodense a cuestionar la esencia misma del entretenimiento mundano que ella ayudó a forjar.

Generaciones enteras crecieron frente a la caja idiota viendo como un logro el estar detrás de la pantalla, y tanto TRUMAN como PLEASANTVILLE desnudaban el mundo de la tele como una ilusión frívola en la que un ser humano real no podría estar a gusto.

TRUMAN es un melodrama. A pesar de que Carrey se desenvuelve con las payasadas que todos le conocemos, la película se adentra más en las implicaciones emocionales de descubrir que lo que uno conoce de la vida es en realidad una farsa. En cambio, en PLEASANTVILLE, la gente del pueblito en blanco y negro es la que cambia bajo la influencia que Reese y Tobey traen del mundo real. Todos están acostumbrados a hacer lo mismo una y otra vez, y cuando prueban algo nuevo, les sucede algo inesperado: literalmente se pintan de colores.

Estoy consciente de que el cine comercial norteamericano no está para cuestionamientos filosóficos ni para sacudir conciencias. Si el sistema hollywoodense intenta innovar con una película, será una innovación perfectamente controlada y que respete religiosamente las leyes del mercado, y llega un momento en la vida de los medios de comunicación en el que la autocrítica también vende.
Por eso los quejidos existenciales de la música grunge se volvieron el último grito de la moda a principios de los noventa, por eso la fotografía del Che Guevara llegó a aparecer en colecciones de ropa de marca, y creo que también por eso dos películas como TRUMAN y PLEASANTVILLE pudieron ser concebidas. Las dos son experiencias maravillosas para disfrutar y reflexionar, pero al final se quedan como los sencillos entretenimientos de fin de semana que son.
La idea de escapar de una realidad estática hacia un mundo más grande sería explotada a mayor escala y con más éxito comercial en 1999, cuando se estrenó la primera entrega de la saga de THE MATRIX. Una película que en su momento también pareció revolucionaria, y lo fue, en cuestión de efectos visuales y realización, pero sin romper el esquema de la película palomera.
Un esquema que nadie quiere que sea roto, a decir verdad. Más de diez años después, los espectadores nos hemos tomado la pastilla azul. Poco tiempo después de que EL SHOW DE TRUMAN partiera de la absurda premisa de una vida mundana vendida como show televisivo, BIG BROTHER y toda la cascada de subsecuentes Reality shows demostraron que hasta la vida del vecino puede convertirse en negocio.
Y mientras tanto, el cine escapista de coches veloces, seres mágicos y batallas asombrosas sigue siendo un éxito. Es como si Truman Burbank siguiera viviendo en su pequeño pueblo prefabricado y los habitantes de Pleasantville siguieran con su tranquila existencia en blanco y negro. Supongo que es hora de que la revolución se vuelva a poner de moda.
Por Abel
http://www.qbilart.com/echalecacaro.html

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